miércoles, febrero 06, 2008

Aeropuerto

Multitudes y maletas.

Divagación primera

Cuando leíamos en 'El mundo de Sofía' el par de páginas sobre los estoicos, en 5to de secundaria para el -apenas recordado- curso de filosofía, el profesor aludió al significado del adjetivo para explicar rápidamente el tema. Ya que en ese curso solía irme más mal que bien, poca o ninguna atención puse a esa clase, pero paré la oreja en la dichosa explicacion de los estoicos. Hoy, con EEGGLL encima, comprendo un poco mejor esos párrafos y no consigo ser indiferente al estoicismo: luego de ver una telenovela brasilera me parece algo una actitud de mártir, de santo viejo, de algo anacrónico, pero en otros momentos (en la dichosa clase de filosofía escolar) me suena a cómo usualmente conduzco mi vida, y hasta cierto punto me produce algo de orgullo.
[a él el libro le gustó más que a mí] [por cierto, estoicismo]

Qué pasó con el título

El paso por el aeropuerto capitalino es como la matrícula en la universidad: proceso metódico, primero ésto, luego aquello,luego paga, luego desvístete, luego espera, luego vuela. A veces lo metódico me aburre, pero cuando estoy con perspectivas tan buenas como el irme de Lima, lo acepto con gusto, casi como un ritual. Me fijo en cosas como el sobreprecio en el food court del aeropuerto, cuán cansados están los gordinflones de migraciones, en cómo las familias grandes despiden a sus miembros con cámara de video en mano, el aburrimiento de la policía encargada de desvestirte para buscar metal. Camino ridículamente feliz con el boarding pass en mano, agradezco cuando me dan el vuelto, miro las tablas de salida de aviones y me imagino en Bonaire y Mexico DF.
Algo así.

Cuando estaba en primaria y solía viajar con bastante frecuencia, cambié los deseos de ser astronauta por los de ser piloto de avión. Por la época en la que no había mangas y publicidad en ellas para entrar al avión, así que toda la subida por la escalera hasta la entrada del avión (cargando siempre una mochila llena de chucherías "indispensables") daba una mejor idea del tamaño de estos aparatos. Éste cambio probablemente se dio en un viaje largo en el que las muy amables aeromozas (creo que ahora les llaman tripulante o no sé que nombre menos relacionado con el servicio al pasajero, total ellos parece que abren las puertas del avión además de servirte jugo de naranja) me llevaron hasta la cabina del piloto (deduzco que eso es perfectamente imposible hoy). Era el paraíso de los botones, y presionarlos ha sido una obsesión que siempre he tenido. No podría decir que me contuve para machucarlos todo, disfrutaba sólo viendo toda esa cabina. Quién sabe a qué altura estábamos y hoy no podría recordar a dónde estabamos yendo.

Divagación segunda

Ahora que estamos en la era post-9/11, la tensión en la cara de los de inmigración ha pasado a los cuarenta mil policías que se encargan de desvestirte y buscar cualquier metal en el cuerpo. Luego fue ese ataque frustrado que paralizó Londres y el resto del hemisferio desarrollado del mundo, ya no puedes llevar ningún gel o medicina, no lo recuerdo. Recuerdo esta película, La terminal, por la que me hice muchas ilusiones y francamente me aburrió. Si continúo divagando, diría que el único encanto 'realista' en los aeropuertos es la idea de que en el futuro serás, prácticamente, teletransportado a otra ciudad. Nunca me asustó el hecho de volar, quizás me perturba un poco el aterrizaje pero últimamente ya no. Me molestan las indicaciones de seguridad dentro del avión, ya sean hechas por los tripulantes, que ponen cara de estar explicando las propiedades de la puya de raimondi a un montón de colegiales o la grabación digital.

Al final, sea cual sea tu destino, verás basureros, equipaje escandaloso como el tuyo, taxis y mendigos. A lo mejor todos hablen en otro idioma y, en el aeropuerto al que llegues, sólo les importe que no traigas limones, semillas y papas de tu país de origen. Que no hagas llegar la porquería que existe en tu país para aumentar la del país al que llegas. Tengo la sensación de que antes eramos personajes que lamentablemente había que tramitar y ahora somos todos extremistas, narcos y demás escoria en potencia a los que detectarán, piensan, a cualquier costo. Tengo la suerte, también, de no haber sido víctima de malos tratos, pero sí he sentido impotencia de ver cómo otras personas que han viajado conmigo no se quejan cuando los empleados son bastante descorteses, por decir lo mínimo.



Morrissey odia los aeropuertos.

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