lunes, enero 22, 2007

Apuntes veraniegos

Calor. Calor. Calor. Bendito sea el inventor del ventilador.

Unas pocas palabras producto del MSN:
si te calateas y abres la ventana, te da frio, si cierras la ventana, te comienzas a achicharrar, si te tratas de poner algo encima y seguir con la ventana abierta, te sofocas

si odias quemarte, entonces no sales. si no sales, no te bronceas. si no te bronceas, violas la ley organica del verano. si violas la ley organica del verano, eres el equivalente a un pavo congelado.


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Y es apenas Enero...

Si me viera obligada elegir a una suerte de embajador del verano, una imagen para promocionar esta época a los alienígenas, digamos, escogería la imagen de alguien que se aplica Caladryl o alguna crema luego de haberse quemado en un día de playa. Quizás con sandalias bastante usadas y los dedos del pie llenos de arena. De modo intermitente, el ardor de la espalda (digamos sólo la espalda) y el alivio de la crema. Si quiero una imagen más desagradable, algunos granos de arena que se quedaron en la espalda haciendo el tratamiento más incómodo. Si quiero dejar de mortificarme pienso en el rostro de alivio en el breve momento de alivio.

Es lo permanente, lo molesto, lo mortificante. Sí, es el dolor de la insolación una sensación bastante buena para describir el verano. Es el dilema del me arde, no me toques, ¿tienes crema para que pase un ratito?. En mejores palabras: es la sensación molesta, dolorosa incluso, que quieres que se vaya al instante, pero sabes muy bien que no se cura sino se alivia y pasa. A veces quieres olvidarlo, pero apenas tu ropa roza ligeramente el área tibia y roja vuelve la quemazón.


Al menos el verano no es tu culpa

Y sabes que fue por tu necedad/olvido/deseo de tener el color de piel de Beyonce que terminaste con la espalda intocable. Y sabes que es probable que te pase de nuevo al incurrir en prácticas solares. Y sabes que el tono de piel que usas en el invierno es inadmisible en el verano. Y sabes que eres más suertuda que el señor que te cobra el peaje, pero también lo envidias porque tiene un trabajo y no va a caer en el riesgo de quemarse. Y sabes que las carreteras te inspiran (cuando tu no eres quien maneja) y que al llegar al arenoso destino el fuerte aire que cae de la ventana de adelante no seguirá soplando tan fuerte.


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